miércoles, 23 de junio de 2010

Inopia



Después de haber escuchado maravillas y demás acerca de este sitio, decidí ir a averiguar que tan bueno era realmente. Y cabe decir, que hace honor a todo lo que se dice sobre él.


Llame para reservar una mesa, ya que no iría solo, a esta aventura me acompañarían un muy buen amigo y mi hermana, quienes no sabían que esperar, pero mas adelante sabrán cual fue su reacción. Regresando a la llamada de la reserva, no me contestaron, por lo cual decidí llegar relativamente temprano, porque el sitio tiene fama de siempre estar abarrotado.


Llegamos por eso de las ocho menos cuarto, cuando nos dijeron que tendríamos que esperar una media hora. Y así fue, esperamos pacientemente hasta que se escuchó el grito de: SERGIO!! Y pasamos a un cómodo lugar lleno de colorines, un par de mesas y una barra llena de bancos con gente sentada, exceptuando tres, que eran los que nos correspondían.


Inmediatamente al sentarnos se nos preguntó que queríamos beber, y la respuesta no fue otra mas que: tres cervezas, por favor.


Al instante llegaron 3 vasos grandes de Moritz, acompañados por el menú. Una carta no extensiva, pero bien completa, y, al no poder decidir por algo en concreto, optamos por el básico principio del tapeo: cada quien algo diferente y a probar.


Lo primero que se pidió, a petición de mi hermana fueron las básicas patatas bravas, que, al parecer marcan la pauta en todo bar de tapas. Mi primera petición fue la cecina de ternera, un embutido fuerte de sabor, pero no en una manera excesiva y con un increíble equilibrio en sal. Y la "última" entrada fue un snack de salmón que pidió mi amigo, yo no lo probé, pero creí en su sano juicio cuando dijo que estaba buenísimo.


Luego le siguió lo que se denominan las "pulgas", que era básicamente un bocadillo pequeño de mozarella, paletilla ibérica y trufa. Llegaron a la barra desprendiendo un olor impresionante, y todos los sabores que contenía estaban equilibrados. Todo ahí estaba en su justa medida. Está de más decir que disfrutamos enormemente cada bocado, y que no deseábamos que se nos acabara, sin embargo, seguía otro de los platos emblema de la casa, las míticas croquetas de jamón.


Se que podría ser considerado un hablador al decir que éstas son las mejores croquetas de jamón que he comido en mi vida (sí, en toda mi vida), pero si dijera algo menos estaría mintiendo. Las croquetas estaban muy bien rebozadas y fritas, la textura de la masa no era esa textura blanda y a veces desagradable que se hace con muchas croquetas, sino que era consistente sin llegar al grado de ser dura. Creo que la única desventaja que le podría atribuir a las croquetas es que estaban demasiado calientes cuando llegaron a la mesa, pero el tiempo en el que se enfriaban, surgío algo muy bueno, derivado de la observación de mi hermana.


Justo delante de nosotros, había un cocinero en la parrilla, y estaba haciendo lo que parecía ser un solomillo, al cual luego le ponia un "puré" de tomates y lo aliñaba con aceite justo antes de servirlo, el aroma era brutal, y se veía tan bueno, que, al primer camarero que se nos acerco le preguntamos: ¿Qué es eso?, su respuesta fue rápida y sorprendente, ya que era atún. Sin dudar un segundo, pedimos nos sirvieran uno de esos. Tuvimos la suerte de que se nos sirviera el último que quedaba, y cuando nos llegó (y apenas se estaban templando las croquetas), lo olimos y comenzamos a comerlo. Cada rebanada de esa carne tan tierna cocida sólo por el exterior era una experiencia nueva, porque ninguno de los que estábamos sentados en esa mesa amamos el atún, pero éste plato ha hecho que el atún tenga mi respeto.


Después de haber comido todo esto, decidimos rematar la cocina salada con una empanada de carne, que a mi gusto están mejor las que hace mi abuela, pero que sin embargo seguía siendo muy buena, la carne estaba bien sazonada y la masa bien hecha. Pero el cierre con broche de oro del mundo salado fue la Mini hamburguesa Inopia que gracias a un error de logística, tomó mucho más tiempo en salir de la cocina que cualquier otro plato. Pero valió la pena la espera porque esa es una de las mejores que he probado, la carne estaba bien cocida por fuera, pero jugosa y no hecha al centro, no contenía trozos de grasa visibles aparte de la enorme rebanada de queso que lleva por encima, que, a pesar de ser grande, no enmascara ningún sabor, ni siquiera el de la rebanada de pepinillo que llevaba por encima. Los tres nos concentramos en nuestra hamburguesa hasta que no quedó rastro de comida. Y ahí fue donde decidimos ir a por los postres.


Las cervezas se acabaron, y para seguir comiendo yo opté por una botella de agua, al igual que mi amigo, pero mi hermana decidió pedirse un café cortado para terminar.

El primer postre fue el flan de huevo de la casa, el cual sabía bien, pero no logro encontrar de donde saca tanta fama, asi que, cuando me lo terminé, decidí pedir un sorbete de mandarina, cosa que también hizo mi amigo, nos llevaron un pequeño contenedor cilíndrico que contenía un sorbete con una potencia de sabor impresionante, pero que no abrumaba en boca. Contentos nos lo comimos y terminamos nuestras bebidas, sólo para pedir la cuenta, pagar e irnos.


En definitiva, si se tiene la oportunidad, se debe de ir a Inopia, no porque sea el bar de Albert Adrià (el hermano de Ferrán), sino porque es un bar de tapas donde de verdad se come bien, donde se respeta la idea del tapeo y se disfruta, donde merece la pena pasar el tiempo degustando, oliendo y conociendo, pasándola bien en un ambiente casual, pero con buena comida.


Y tal como dije al inicio de éste post, sí que hace honor a todo lo que se dice de éste lugar. Recuérdenlo: Inopia.

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