Esta festividad celebrada la noche del 23 de junio en Cataluña es una de las más esperadas de todo el año, ya que celebra la llegada del solsticio de verano. Aquí la celebración tiene otro origen ya que la mayoría de la gente celebraría el 21 de Junio en el resto de España, pero en esta region también se le conoce como la noche del fuego, donde no sólo se encienden fogatas y se juega con petardos, sino que también hay comida y Cava (vino espumoso)
Pero nuestro principal componente aquí es esa cosa que tanto se come, la conocidísima "coca" de Sant Joan, de la cual hay diferentes variedades dulces y saladas. Sin embargo, las más conocidas (y las más consumidas) son las variedades dulces, que consisten en una masa básica similar a la "brioche" y está cubierta con diferentes ingredientes, ya sea fruta confitada, crema pastelera o chicharrones (o en catalán: "llardons").
Yo fui a comprar una de éstas famosas cocas en un lugar igualmente famoso: La pastelería Escribá en Barcelona. Ésta es conocida por llevar más de 100 años en funcionamiento e igualmente reconocida por los logros del señor Antoni Escribá, quien en palabras de Ferrán Adrià: "Revolucionó el mundo de la pastelería y el chocolate en el siglo XX".
Por éste y otros motivos fui y compré mi coca de crema del "Número 1" y me la llevé a casa, donde me esperaba mi hermana con otra coca de llardons que había comprado en el supermercado "Día", lo cual me daría oportunidad de comparar ambas preparaciones.
Comenzaré con la coca de Escribá, ya que ésta fue la primera que probé en casa.
Al principio, creí que era como una rosca de reyes, pero después de varios bocados me fui dando cuenta del trabajo que conlleva hacer una buena coca de Sant Joan, y más una de éstas que es casi artesanal, ya que no contenía todos los estabilizantes que hacen que un pan sepa más a químicos que a otra cosa. La crema pastelera tenía un sabor equilibrado, no mucho almidón y/o harina, sino que su base estaba hecha con buen producto. Una de las desventajas de la coca que compré en Escribá fue el hecho de que el dorado del pan no estaba parejo, por lo cual una parte tenía un poco más de gusto que la otra, y la segunda desventaja fue que los piñones que tenía, estaban demasiado tostados (aunque no quemados). Pero la masa... éste si era un pan bien hecho, porque, a diferencia de muchos otros, no tenía la cantidad exorbitante de grasas saturadas para evitar que se endurezca, sino que era un pan hecho para su consumo casi inmediato, un producto verdaderamente artesanal.
Sin embargo, también tenía que probar la coca de llardons que llevó mi hermana a casa.
Esta coca, a diferencia de la que probé antes, no era nada esponjosa, estaba compacta y hasta ofrecía más resistencia en boca de la esperada para un pan, también estaba sobrecargada de azucar y claro, de estabilizantes para que el pan se pueda consumir tiempo después. El sabor, en definitiva, no era malo, pero después de haber probado la otra, no había manera de ponerlas al mismo nivel.
Tal vez haya mejores cocas que la de Escribá (quienes para mí tienen la mejor que he probado hasta ahora), pero tendremos que descubrirlas, lástima que tengamos que esperar hasta el próximo Sant Joan.
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